Clanes y partidos


Para los que, aun perteneciendo a un partido, no hemos tenido participación activa en él, resulta bastante extraño el fenómeno de los clanes (RAE: “Grupo restringido de personas unidas por vínculos e intereses comunes”) e, incluso, de castas (RAE: “… grupo que forma una clase especial y tiende a permanecer separado de los demás por su raza, religión, etc.”). Aunando ambas definiciones, podríamos considerarlos como aquellos elementos que se aúnan con un par de objetivos definidos, más personales o grupales que ideológicos o políticos.

Quien tenga una mínima visión del entorno político sabe que en todos los partidos existen discrepancias políticas, estratégicas o, simplemente, personales. Esa circunstancia es a la política como la especulación a la economía. Es algo estructural, más allá de coyunturas puntuales.
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Pero el fenómeno de los clanes/castas es diferente al de los grupúsculos (RAE: “Organización de tipo político formada por un reducido número de miembros, generalmente muy activistas y de ideología radical”), ya que sus miembros sí son activistas, pero el aspecto ideológico se diluye en los intereses personales. El truco reside en revestir esos intereses con un manto ideológico, para dar sensación de altruismo en el proceder. Pero al día de hoy todo tiene un nombre y todos un apodo.

El problema, sin embargo, no estriba en su existencia en sí, ya que adolecen de carta de naturaleza; si no, más bien, en la dificultad de sobrevivir fuera de ellos. Es decir: o te adscribes, o eres ignorado. Así de sencillo. Los partidos se nos convierten, de esa guisa, en reinos de taifas, donde lo que prima es una u otra adscripción, muy por encima de la de las consideraciones ideológicas o de la propia valía personal.

Y en eso no hay nada que hacer. Y no lo hay, porque el sistema funciona relativamente bien. Al común de la gente poco le importan este tipo de disquisiciones. Para ellos los políticos son generalmente corruptos, negligentes y aprovechados, sin más. Luego, si el diagnóstico es que fuera de los clanes/castas no hay vida, la terapia deberá ser cuádruple:

1.- Resignarse y apartarse del sistema, opción mayoritaria en las afiliaciones.

2.- Imbricarse en el sistema e intentar buscar un espacio.

3.- Esforzarse en crear otro espacio, otro clan.

4.- Actuar aisladamente; es decir, de francotirador (RAE: “persona que actúa aisladamente y por su cuenta en cualquier actividad sin observar la disciplina del grupo”).

Ninguna de las cuatro opciones casa bien con la ortodoxia que debiera imperar en los partidos. Pero éso es lo que hay; y como lo es, lo cuento. Que cada cual elija.

1 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Parecidas reflexiones a las que haces, me las había planteado yo en relación a los sindicatos. Por razones profesionales de diferente índole, me ha tocado mantener bastante relación, desde los dos lados del mostrador, con varias centrales sindicales y, a fecha de hoy, el concepto que tengo de casi todas ellas es muy semejante al que tú manifiestas de los partidos políticos.

Tanto los partidos como los sindicatos son, a mi entender, reflejo de concepciones decimonónicas de la vida social. Una vida social en la que, debido tal vez a la escasa formación de muchos de sus individuos y al matiz reivindicativo que los impulsaba, se articuló en torno a colectivos. En origen, son esos colectivos los que, con mayor o menor pedigrí democrático, elaboraban una doctrina y un discurso también colectivo; pero cuya defensa le era encomendada a unos pocos (los dirigentes). Durante años el modelo puede ser que funcionara, pero con el tiempo, aquellos dirigentes fueron distanciándose, en términos reales, del colectivo, asumiendo el mantenimiento y actualización del discurso en primera persona y limitándose a rendir cuentas de cuando en cuando “a las bases”.

A partir de ese distanciamiento es cuando comienza, a mi juicio, a prepararse el caldo de cultivo de los clanes, castas y grupúsculos que mencionas. Son ese grupo de dirigentes quienes, con escasa conciencia de su papel de portavoces prefieren asumir la función de protagonistas, de tal manera que el factor poder comienza a primar sobre el factor doctrina.

Ahora bien, estamos asistiendo desde final del siglo XX a un proceso de revisión –que me parece muy bien- de muchos modelos, algunos de los cuales parecían intocables hasta hace bien poco tiempo. En estos días incluso se habla de una revisión en del proceso de elección del Papa, dando paso a distintas sensibilidades y/o mayorías. ¿Por qué no revisar de una vez el actual modelo de relaciones laborales y de participación política? En otro caso, cuestiones como las que planteas es tu artículo, no harán sino agravarse hasta dejar al ciudadano y al trabajador, finalmente, fuera de –como gusta decir en Euskadi- de los ámbitos propios de decisión.

Un saludo,

12 abril, 2005 16:23  

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