Raza, euskara, voluntad y territorio en el nacionalismo (I).


Julen Zabalo es doctor en Geografía, y Txoli Mateos doctora en Sociología. Ambos son profesores de la UPV. Recientemente han publicado un trabajo en euskara en el trimestral “Jakin” (Enero-Abril, nº 146-147), bajo el título de “Euskara euskal nazioaren funtsa, periferia erdaldunean ere?”. Intentaré, a continuación, sintetizar en castellano lo fundamental de él. Los euskara hablantes pueden leerlo en su original.

Es un artículo más que interesente porque plantea una cruda realidad y lanza las interrogantes claves en relación al euskara y su coexistencia con el castellano dentro la concepción ideológica del nacionalismo histórica y, sobre todo, actual.

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Empieza por aseverar que resulta sintomático la enorme pujanza que tiene en Euskal Herria el sentimiento que otorgaría la ciudadanía vasca a todos aquellos que habitan en su territorio. Sentimiento que, por otra parte, está en clara contradicción con la teoría que afirma que es el euskara el fundamento de la nación vasca. Y se contradice porque es evidente que la mayoría de los habitantes no cumplen la citada condición para poder considerárseles nacionales. Contradicción aún más acentuada no ya en los principales núcleos urbanos, sino, y fundamentalmente, en la periferia del territorio (Rivera navarra, Rioja, franja occidental alavesa, Encartaciones, Lapurdi, zona nororiental navarra).

En una breve síntesis de los conceptos ideológicos básicos del nacionalismo vasco repasa sus orígenes sabinianos vinculados a un pensamiento fundamentalmente racial. Después de la hecatombe que supuso la 2º guerra mundial también el nacionalismo emprendió su refundación ideológica, con una clara cuestión ¿cómo complementar una consideración racial de pertenencia a la nación con aquellas personas que sí se sienten vascas pero no son estrictamente de raza vasca?

Las alternativas planteadas eran ya, en otros lares, sobradamente conocidas y de gran tradición: 1.- Basada en el territorio, esforzándose en su desarrollo conceptual y tomando como ciudadanos vascos a todos los habitantes que vivían dentro de él. 2.- El euskera es el epicentro y fundamento de la nación.

Según los autores del trabajo el euskera desarrollaba más bien un rol complementario al racial dentro del discurso teórico, pero había llegado la hora de otorgarle un rol preponderante. Es decir: existía un País de los vascos porque existía el euskara. La novedad estriba en que esta mutación discursiva se da puertas afuera del PNV, en un sector que le acusa de exceso de pasividad.

A partir de la década de los sesenta tiene lugar un amplio movimiento a favor del euskara, no circunscribible solo al ámbito cultural. Movimiento que se expande las siguientes décadas, admitiendo en su seno a todos los sectores sociales, incluidos los inmigrantes y, sobre todo, los hijos de éstos.


Ya a finales de los setenta el nacionalismo ha evolucionado y modernizado su discurso, tomando al euskara como vértice del mismo pero sin garantizar la euskaldunización de los nuevos miembros adscritos. Esa circunstancia, la de conceder más importancia a la cantidad (mayormente para poder acceder al poder) que a la calidad acarreará serios problemas a partir de la década de los ochenta. Quienes asumen y defienden la centralidad del euskara exacerban sus críticas, dejando al descubierto las carencias teórico-prácticas del nacionalismo vasco, el cual se encuentra afectado por otra crisis teórica, aunque no tan meridiana como la anterior, ya que en el terreno político tiene el viento a favor.

A pesar de que el eje central discursivo actual del nacionalismo postula al euskara como fundamento de la nación vasca, se divisan en el firmamento tres posturas divergentes que cuestionan tal discurso, tanto en el aspecto sociológico (crítica al equívoco proceder del nacionalismo) como a las distintas maneras de entender el nacionalismo .

Primera postura sociológica divergente: tres de cada cuatro ciudadanos no cumplen con la condición necesaria para ser nacional vasco ya que no habla el euskara; y, además, no hay visos de que en un futuro próximo cambie sustancialmente la situación. El nacionalismo está obligado a hacer frente a la vieja problemática del territorio, a saber, es este el País de los que hablan euskara o, por el contrario, un territorio históricamente entendido, independientemente de la concepción de la centralidad lingüística?

Segunda postura divergente, consecuencia de la anterior: a pesar de que son muchos quienes han adquirido el dominio del euskara, son muchísimos, así mismo, quienes, habiéndolo intentado, no han conseguido su objetivo. Este hecho hace que nos planteemos otra cuestión: ¿el haber fracasado en alcanzar el objetivo teórico impide a los aspirantes sumarse al movimiento político que impulsa tal teoría? El nacionalismo vasco nunca ha planteado dudas al respecto, por lo que jamás ha dificultado el acceso de los no euskara-hablantes.

A partir de los ochenta, en cambio, tal proceder fue cuestionado por los, digamos, puristas, por aquellos que consideran que el euskara es condición sine qua non para la formación de la nación vasca. Es decir: sin euskara no es posible una nación vasca. Nos enfrentamos pues a una doble teoría: por una parte, aquellos que postulan que quienes no saben euskara son igual de válidos, siempre que su posicionamiento ante la causa de la nación sea inequívoca; por otra: los puristas, que consideran como negativas a aquellas personas que no saben euskara, o, aún sabiendolo, no lo hablan.

Esta segunda postura, la purista, termina imponiéndose a nivel discursivo. Sus bases teóricas son sólidas desde un posicionamiento sociolingüístico, y plantean con total crudeza el negro futuro que depara a las lenguas no sustentadas en un Estado. Para que el postulado sea efectivo es preciso adoptar acuerdo políticos, en aras a garantizar el conocimiento y el uso del euskara.


El nacionalismo vasco, mayormente ocupado en la práctica política, admite crítica con naturalidad, incluso asumiéndola, pues no le causa estorbo en su actuación. Hay sectores, en cambio, que son conscientes de los citados limites sociológicos y de los riesgos que conllevan tales propuestas y críticas en un País donde los que conocen el euskara son minoría, y, aún más, quines lo hablan. Esos sectores discrepantes quedan marginados ya que no pueden actuar en contra de la teoría oficialmente implantada por el propio nacionalismo, y terminan optando por la callada como mejor remedio, vergonzosos e, incluso, temerosos, por qué no decirlo, de encontrarse ante la ira de los puristas. Una actitud ésta sí consciente, pero no tan voluntaria, por entender que la construcción de la nación con el euskara como eje no es, en absoluto, la única manera de desarrollar la construcción nacional.

Llegados a este punto nos encontramos con la tercera postura divergente. Aquélla defendida por quienes consideran que se puede construir el País sin tomar al euskara como condición necesaria. Entre ellos son mayoría quienes piensan que las condiciones básicas e ineludibles del nacionalismo son el territorio y la voluntad de pertenencia.

Quienes recurren a la libre adhesión postulan que lo fundamental es creer en la nación y tener voluntad para trabajar en pro de su defensa. Los que toman como referencia el territorio consideran que forman parte de la nación todos aquellos que habitan en él, si tienen voluntad de pertenecer a él. Al respecto decir que últimamente está tomando impulso el argumento de que tanto el euskara como el concepto de Euskal Herria habría que limitarlos al ámbito exclusivamente cultural, e insertar en el ámbito político el concepto territorial (la Nabarra histórica).

Estos planteamientos divergentes nunca han sido extrañados por el nacionalismo. Sin embargo, aún estando siempre presentes, han sido más patentes a partir de la década de los ochenta, cuando los postulados y críticas de los puristas han hecho evidentes las carencias del modelo nacionalista; ya que, si se actúa según el discurso, el euskara es condición necesaria para la construcción nacional. Es por ello que, dentro del sector purista, están adquiriendo fuerza quienes proclaman o reivindican una comunidad de euskaldunes, sin carácter de exclusividad política, reclamando, en definitiva, espacios para respirar, para desarrollarse con naturalidad.

El nacionalismo político, no obstante, se ha abstenido muy mucho de adoptar tal tipo de medidas. Ha preferido reclamar un territorio con nombre Euskal Herria más que una Euskal Herria centrada en euskaldunes. Es decir: en la práctica el nacionalismo antepone un concepto territorial, aunque en teoría se refiera al euskara.

1 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

En primer lugar, no veo ningún impedimento para que, teóricamente, todo nacionalista asuma su compromiso de aprender y utilizar el euskera como condición obligatoria coherente con su pensamiento ideológico. Otra cosa es que se quiera hacer extensible esa obligatoriedad a todo ciudadano “vasco”, que es lo que plantean los autores del artículo de Jakin. Pero de eso ya hablaremos más tarde.

De hecho, creo que hay que reconocer que en ciertos sectores nacionalistas (no en el PNV, desgraciadamente) se ha avanzado mucho en ese sentido, aunque todavía falta mucho camino por recorrer. Y es que el PNV sigue manteniendo un discurso que se sustenta en bases obsoletas (véase "Pueblo y lengua" en http://www.kultura.ejgv.euskadi.net/r46-734/es/), que utiliza el euskera como elemento simbólico y decorativo, de lo que da fe, por ejemplo, este blog ("Eskerrik asko" "Arabatik" "Agur"…) De ahí el callejón sin salida que se plantea en Jakin.

¿Se es más vasco cuando se habla y se utiliza el euskera? Creo que la pregunta está mal formulada. ¿Es uno mejor persona por llevar gafas o por comer garbanzos una vez a la semana? Ahora bien, lo que es evidente es que el vascoparlante es vasco “diferente”, para lo bueno y para lo malo, para gozar y para sufrir. ¿Qué impide que en el catecismo nacionalista gobernante se plantee, aunque sólo sea como desideratum, la necesaria condición de vascoparlante de igual modo al que se plantea, por ejemplo, la renuncia a medios violentos para alcanzar objetivos políticos?

Paradójicamente, en Cataluña el Partido Socialista impulsa medidas lingüísticas más nacionalistas que las que mantiene en Euskadi el PNV. Y aunque el punto de partida de ambas sociedades, la vasca y la catalana, esté muy distante uno del otro, independientemente de ese dato, el punto de inflexión por el que toda lengua tiene que pasar por narices para poder sobrevivir, el embudo legal que va a garantizar que cualquier lengua del mundo civilizado pueda salir de la UCI (aunque se caiga luego por las escaleras y se rompa la crisma) es para el euskera, el catalán, el urdo o el guaraní el mismo: «todo ciudadano tiene el deber de conocerlo y el derecho de usarlo». Y lo demás son pamplinas.

20 abril, 2005 10:24  

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