Si se me permite la irreverencia


Empiezo a participar de la idea del decrecimiento. Ni siquiera considero que es suficiente un desarrollo sostenible, que es como eufemísticamente se le denomina hoy al crecimiento económico, al aumento de la productividad y a la competitiviad sin límites. A este modelo desarrollista se apuntan las derechas, las izquierdas y los altermundialistas, con el señuelo de que a mayor crecimiento mayor bienestar social.
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Tenemos ante nosotros los proyectos de la Y griega, que con su incursión a Navarra no sé a qué letra se asemejará. Las centrales de ciclo combinado de Boroa, la proyectada por ESB para Gipuzkoa y la de Iberdrola en Castejón (Navarra), más las centrales que la propia Iberdrola proyecta construir en Álava y en Pasaia. Con todos ellos haremos de Euskal Herria un país excedentario en energía.

Las ecuaciones empiezan a no resultar. En una concepción eurocentrista de la historia, donde Japón, Australia, Europa y Norteamérica han saqueado y esquilmando los recursos mundiales a sangre y fuego para garantizar ese desarrollo y ese bienestar de los ciudadanos de la metrópoli, el argumento del crecimiento y de la acumulación de riqueza ha valido. Pero con la incorporación de otros miles de millones a la ruedas del molino, el planeta comienza a estar exhausto, con serios síntomas de asfixia.

Grandes extensiones de bosques y selvas brasileñas y argentinas están siendo taladas para atender las necesidades de soja chinas. EEUU ha afincado sus reales sobre las reservas acuíferas del río Guaraní. China e India se han hecho con gran parte de las bolsas de gas de Irán. Rusia y Europa, sobre todo alemania, firman acuerdos estratégicos de abastecimiento de gas. El oro, diamantes, petróleo y, sobre todo, el cobalto congoleños han atraído a ejércitos de mercenarios del propio país y extranjeros para librar una cruenta guerra que en cinco años ha causado cuatro millones de muertos y destruido el entorno natural.

Hoy día un estadounidense consume 8,6 hectáreas de bosque cada año, un canadiense 7,2, un europeo medio 4,5. Estamos muy lejos de la igualdad planetaria y más aún de un modo de civilización duradero que necesitaría restringirse a 1,4 hectáreas. A eso se le llama huella ecológica. ¿Qué ocurrirá cuando países como China e India, con crecimientos anuales del 9% y 2600 millones de habitantes lleguen sólo al consumo europeo de 4,5? ¿Les diremos que no, que no tienene derecho?

Si yo quiero ir a Bilbao con mi mujer y mis tres hijos en autobús, el viaje me sale el doble que yendo en coche, después de haber pagado la gasolina, la autopista y el garage. ¿Qué hago? Usar el coche. Si en una ciudad como Vitoria, donde la bicicleta podría convertirse en un modo de desplazamiento intraurbano habitual, no se invierte un duro en infraestructuras para adaptarlo a ese tipo de transporte, ¿qué hace la gente? Coger su vehículo para realizar un recorrido de un kilómetro.

Autopistas, circunvalaciones, vías rápidas, trenes de alta velocidad, crecimiento urbano horizontal, atomización de los núcleos urbanos, dilapidación de todo tipo de recursos, proceso de cementación exponencial, construcción masiva de viviendas unifamiliares, apertura sistemática de pistas forestales, (..) Nuestro estilo de vida está abocando a nuestro entorno a un punto de no retorno. Estamos consumiendo el espacio, el medio ambiente y el propio bienestar de las generaciones futuras.

¿Me perdonáis la irreverencia?