Sufridas abuelas


Hoy ha sido un día nublado. Sólo quienes tenemos hijos pequeños preferimos estar con ellos en la arena, aguantando el fino sirimiri. A las cinco, a la vuelta para casa me he encontrado con Mari "¿Qué tal Mari?", "Calla" me ha respondido "Estoy hasta el moño. En julio estuve al servicio de mi hijo Enrique, su mujer y sus hijos. En agosto han venido Aitor y los suyos. No paro hasta la tarde" El caso de Mari es sólo uno más. Son miles las abuelas que tiemblan de cara al verano. Sus hijos no se gastan un duro en alquilar una vivienda o en irse de vacaciones. Es más sencillo: alquilan a los abuelos y su casa sin gastarse un duro alquiler ni en comida.

Reconozco que me pone de los nervios el montón de sinvergüenzas que sin ningún pudor ocupan (estos sí que son ocupas) casas ajenas, aunque sean de sus padres, y les putean sin importarles un bledo. Son, estos también, unos maltratadores no catalogados como tales. Mari y miles como ella callan antes sus hijos. Siempre asienten ante todas las exigencias de éstos. "Mira, esta mañana me viene mi hijo y me trae la ropa meada y cagada de su bebé y me dice que se lo limpie que lo necesita para la tarde. Me he callado, pero estoy harta ¿Porqué no se la limpia él o su mujer?" Mari ha terminda por confesarme que es posible que no vuelva en años sucesivos. Pero volverá.

Las abuelas y abuelos no se quejan ante sus hijos. Lo hacen a sus espaldas ante sus amigos. Necesitan desahogarse y expulsar la gran rabia almacenada. Lo peor es que después de pasarse todo el día limpiando, haciendo la comida, yendo de compras y no sé qué más, tienen que aguantar los reproches de sus hijos por ser excesivamente permisivos con sus nietos, cuando los cuidan mientras sus hijos se van a cenar.

Hay sinvergüenzas y maltratadores a miles más allá de la pareja, más allá del hogar conyugal. Que se lo pregunten a Mari.