Los arquitóctonos


Osease, los arquitectos oficiales-locales. Gasteiz siempre se ha señalado por hacer uso y hasta abuso de los consejos de los arquitectos del terruño. Eso ha dado lugar a actuaciones tan acertadas como los Arquillos o a propuestas tan de rabiosa y polémica actualidad como la reforma de la Virgen Blanca. Actualmente, los arquitóctonos por antonomasia son José Luis Catón y Eduardo Rojo. ¿Somos conscientes de su poder?

Catón, máximo arquitecto foral, es responsable de más de una treintena de edificios públicos a lo largo y ancho del territorio. Sus creaciones más representativas han sido el bunker de Hacienda al lado de la plaza Juan de Ayala y el museo Artium, edificios que no han estado exentos de polémica. ¿Cuántas veces tendremos que escuchar la pregunta de qué hubiera resultado en la antigua estación de autobuses si el proyecto para esa zona hubiera caído en manos de un Calatrava, Nouvel, Herzog&De Meuron, Isozaki, Foster, etc? No es normal que las grandes firmas de la arquitectura mundial hayan dejado su impronta en media Rioja Alavesa y en la capital no tengamos ni un sólo diseño de autor con fama internacional.

De todos modos, otras aportaciones de Catón no pueden menos que considerarse notables (bien es cierto que con un margen de intervención menos comprometido por su parte). Sería el caso de la reforma del edificio de Las Nieves o del palacio de Bendaña para reconvertirlo en Museo del Naipe.

Pero lo que realmente nos interesa aquí es el caso de Eduardo Rojo. Se trata de un arquitóctono municipal y paisajista responsable de gran parte de las reformas de espacios públicos llevadas a cabo por el Ayuntamiento. Cuando el equipo de gobierno ha recurrido tantas veces a sus diseños será porque son de un éxito contrastado. Cuando Alfonso Alonso ha puesto en sus manos el redibujo de la plaza de la Virgen Blanca será porque es la persona más capacitada para acometer esta peliaguda empresa. Vamos a enumerar algunas de sus actuaciones recientes:

-reforma de la urbanización de las traseras de la catedral nueva: se trataba, como se trata ahora con la Virgen Blanca, de ganar un espacio para el público, de llevar vida a esa zona. Por eso la guinda del pastel fue un maravilloso tiovivo al estilo Donosti. Bastó un año para que trasladaran ese tiovivo al lado de El Corte Ingles porque la zona estaba más muerta que una discoteca los lunes. La fabulosa pérgola/teatrillo que se creó no ha acogido más de cinco actuaciones y lo único llamativo de todo el conjunto son las esculturas de Koko Rico.

-reforma del parque de Judimendi: un tanto contestada por el vecindario, que vio cómo desaparecían con el parking gran parte de los árboles sin que se volvieran a plantar. Se llegó a utilizar el divertido argumento de que se había logrado un espacio "más luminoso". Desaparece la red de caminos para dar paso a dos pasarelas de madera altamente resbaladiza, como se demuestra al poco tiempo.

-reforma de la rotonda de la Antonia: desaparece una zona con una importante cantidad de árboles para dar lugar a un sistema de grandes montículos con una exigua cubierta vegetal que protegen una plaza interior que no usa nadie más que como zona de tránsito. Si esa rotonda simbolizaba antes la llegada a la ciudad verde, ahora parece simbolizar la llegada a la ciudad de las dunas.

-reforma de explanada de la Plaza de Abastos: desaparece el aparcamiento para dar lugar a una explanada de madera, de esa madera que a tantos vejetes mandó a Urgencias con la cadera rota tras aventurarse en las pasarelas de Judimendi. Al poco tiempo tiene que adoptarse la chapucera solución de cubrir toda la madera con ese horrendo barniz silicico. El diseño de las luminarias tampoco fue para echar cohetes.

-jardín secreto del agua: formas y distribución a la japonesa para albergar plantas aromáticas al lado del parque de la Florida. De estas plantas aromáticas que, tratándose de una ciudad como la nuestra, con suerte se dejarán oler unos cuantos días para permanecer aletargadas el resto del año. Se coloca un vallado perimetral que inmediatamente hace las delicias de gamberros y borrachos del lugar, deseosos de medir sus fuerzas con los barrotes.

Y llegamos a la plaza de la Virgen Blanca. Una vez más, Rojo se encomienda a la ingente tarea de humanizar ese recinto, de recuperarlo para el uso cívico. Exactamente lo mismo que ha pasado con las traseras de la catedral, el parque de Judimendi, la rotonda de la Antonia, etc. Evidentemente no se puede someter a público escrutinio la idoneidad del diseño que propone. Sería como echar margaritas a los cerdos, porque el pueblo llano no tiene la menor idea de arquitectura o paisajismo. Ni consulta popular, ni nada que se le parezca. Se monta una exposición monográfica de las de ver, oir y callar. Quien piense que por escribir un comentario en un libro o meter un exabrupto en un foro de internet su opinión se va a tener en cuenta goza del bendito don de la ingenuidad.

Porque en el pueblo de los arquineptos, los arquitóctonos son los alcaldes, y no se hable más.

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