Las concreciones de la serpiente (I)


Hay mucho donde escarbar en los trabajos periodísticos (1,2) de Gara, firmados por Ramón Sola e Iñaki Iriondo, y también en su editorial, más que previsiblemente obra de los anteriores. La razón fundamental de esta nueva entrega de lo acontecido en Loiola nos la razona I. Iriondo: “La próxima apertura (post-electoral) de un tiempo político que puede dar lugar a grandes oportunidades, pero que encierra también importantes riesgos”. Algo que suena más a un mea culpa que a la confirmación de una hipótesis. El MLNV necesita aglutinar a la masa más fiel de su militancia para los tiempos que vienen. Se saben segundones en una próxima apertura de la mesa negociadora que encarrile el conflicto político vasco-navarro, y quieren garantizarse su presencia a toda costa. Sólo así se entiende la vuelta a la redacción postrera, a la propuesta consensuada de Loiola; (....)



(...) y sólo así se recurre hasta tres veces a Joseba Egibar (“algunos de los párrafos y apartados del texto de Loiola me parecían excesivamente ambiguos”) para intentar legitimar una actitud (forzar la negociación hasta su ruptura) que, a la postre, no les ha reportado ningún rédito político, ni siquiera entre los suyos. Resulta, cuando menos, paradójico el recurso a mensajes de dirigentes jeltzales para legitimar una metedura de pata que está repercutiendo muy negativamente en el quehacer político y militar del MLNV.

Ahora mismo es el PNV (EA,EB) el interlocutor que ha puesto sobre la mesa un método de solución, una Hoja de Ruta tasada cronológicamente. Saben de su verosimilitud, y necesitan cortocircuitarlo como sea o, cuanto menos, introducir una cuña que les dé voz y voto en la nueva tanda. Son conscientes de que con los milicos no hay negocio; y sin ellos, sólo les resta el peso de las urnas, muy alejado de las supuestas mayorías (no cotejadas electoralmente) que se reclaman para sí. Todos somos conscientes de que la declaración de Lizarra supuso un fogonazo en la política española por participar en ella el PNV, y no por provenir de una tregua de ETA. Lo mismo ocurrió en el post-Lizarra, hasta las épicas elecciones de mayo de 2001, donde Ibarretxe, contando con "la inmadurez de la población de la CAV" (Aznar dixit), superó a la armada española comandada por Mayor Oreja y Redondo Terreros. La historia vuelve a repetirse.